¿Qué es lo que nos motiva?
¿Cómo vivimos las señoras de Schoenstatt? ¿Qué cosas componen nuestro día a día?
Leamos algunos relatos en los que se nos muestra la vida de señoras de Schoenstatt de distintas generaciones y en diferentes países de Europa:
«Vivir en medio del mundo, con mi profesión, en mi casa y mi ciudad, compartir la vida cotidiana normal con muchas otras personas. Precisamente allí donde vivo, hacer posible la relación con Dios y con su amor, en la que me pongo con sencillez a su disposición para que, en ese sitio concreto, Él pueda llegar en mí a las demás personas y actuar en ellas».
«Vivir totalmente para Dios en medio de este mundo. Así es: ese es el sentido de mi vida, y me hace feliz. Me siento increíblemente amada por Dios y quisiera responder a ese amor en cada instante de mi vida. Cada instante es divino, ofrece la ocasión para encontrarse con Él. ¡Cada día se nos cruzan tantas cosas que no hemos planeado…! Yo me introduzco en esos momentos con amor —o lo intento, por lo menos—, porque siempre es Él el que viene. Entonces le pregunto: “¿qué quieres de mí en este momento?” Me gusta mucho rezar el ángelus. María en el momento de la anunciación: esa es una imagen del modo en que entiendo yo mi vida».
«Quisiera vivir mi vida cotidiana a partir de la unión interior con Dios y relacionar todas las cosas con Él. Hoy en día la gente siente anhelo de que la vean, de que reparen en ella, de que la tomen en serio. Esa experiencia divina es precisamente lo que podemos regalarle a la gente en la vida cotidiana: a través de nuestro amor podemos regalarles a Dios. El sí a Dios y el sí a cada persona forman una unidad. Jesús nos dice, al mismo tiempo: “¡Ven, tú me perteneces!”, y “¡Ve, tienes una misión con los hombres!”».
¿Qué significa ser una señora de Schoenstatt?
Como señora de Schoenstatt, yo vivo para mi Dios. Él me llamó para hacerlo presente y para dejar que Él actúe por los caminos del mundo, para compartir la vida con ellos, para estar en medio de los hombres y estar a su servicio en el palpitar de su vida cotidiana con mi escucha, con mi consejo, con mi oración, con mis sacrificios…»
«La madre de Jesús estaba allí», en las bodas de Caná, pero también al pie de la cruz de Jesús (cf. Jn 2,1 y 19,20). Estar cerca de los hombres en sus alegrías y en su dolor forma parte de nuestra vocación. A menudo solo puedo acompañarlos en silencio con mi oración, pero intento apoyarlos y fortalecerlos también de manera activa en lo que puedo.
Cada día intento de nuevo conciliar aspectos que, aparentemente, no concuerdan: estar en medio del mundo y estar profundamente arraigada en Dios.
ser libre, vivir sola, y estar totalmente arraigada en mi comunidad;
estar abierta a las inquietudes de aquellos que encuentro en mi camino, intervenir donde sea necesario, y permanecer tranquila y estar a la escucha;
hacer oír mi voz y comprometerme con la sociedad, y mantenerme en diálogo con el Amado en la «clausura del corazón».
No es fácil conciliar cosas aparentemente contrarias, pero, en alianza con María, que es la «balanza del mundo», podemos lograrlo.
Como señora de Schoenstatt vivo sola en mi casa, que es un espacio del encuentro con Dios, con otras personas y conmigo misma. Es lugar de cobijamiento, hogar, lugar de envío a la vida cotidiana y del regreso a casa con todo lo que ha traído consigo el día. Mi casa me recuerda lo que dice Dios en la Biblia: «Yo quiero vivir en medio de ellos».
Vivir sola en medio del mundo no siempre es fácil. Es como en la familia natural: a menudo los hermanos viven lejos uno de otro, pero están unidos. También nosotras mantenemos así el contacto, nos damos fuerzas mutuamente y nos apoyamos en situaciones difíciles con el consejo, la oración y, a veces, también con la ayuda práctica. Esta vida en comunidad es un apoyo y hace que muchas cosas sean más fáciles.
Vivo oculta en el mundo, no llevo signos que me hagan reconocible, pero estoy en constante unión con Cristo. Pertenezco a Cristo, no al mundo. Estoy unida a Cristo para llevar a Cristo al mundo. En mi vida cotidiana estoy sola, pero, aun así, no estoy sola.
¿Qué significa para mí la comunidad?
La comunidad es para mí la familia que me da cobijo, que me estimula espiritualmente y que, al mismo tiempo, me alienta a ser fiel en el día a día para que pueda actuar mejor por el reino de Dios, además de animarme interiormente para que pueda hacer mi aportación a la fecundidad de la comunidad en la Iglesia y el mundo.
Esta comunidad ha despertado mi curiosidad. ¿Cómo pueden vivir estas mujeres, plasmar totalmente y de manera vital su condición femenina sin contar con la seguridad que ofrecen los signos exteriores de pertenencia, como el hábito o la comunidad de techo y mesa? ¿Cómo pueden ser independientes para plasmar con consciencia de responsabilidad la propia vida y, al mismo tiempo, formar una comunidad familiar? ¡Pero funciona!
En la comunidad de las señoras de Schoenstatt experimento lazos de hermandad de una forma sencilla y natural. Sí, existen muchos desafíos y la pluralidad es nuestra seña de identidad. ¡Es algo al mismo tiempo exigente y entretenido!
La pertenencia a la comunidad de las señoras de Schoenstatt me da la fuerza interior necesaria para vivir cada día como una aventura especial que me desafía. Me ayuda a permanecer alerta para la vida e impide que permanezca cómoda, recostada en mi sofá.
La letra de un antiguo canto de nuestra comunidad dice: «María, ruega por nosotras para que Dios nos confíe como mujeres tu misterio». Nuestra comunidad de las señoras de Schoenstatt me ayuda desde hace muchos años a buscar siempre ese misterio, una y otra vez. A veces siento que los que me rodean perciben ese misterio, como los niños o, por ejemplo, unos sencillos operarios que me plantean preguntas religiosas porque registran en el salón de mi casa la presencia de una cruz y de un cuadro de la Virgen María.
¿Cómo vivo mi día a día?
Como señora de Schoenstatt voy por mi ciudad llevando por las calles la estela de luz de la oración. Me encuentro con otras personas como hermanas y hermanos, asumo sus alegrías y sus pesares en mi corazón para llevarlos conmigo a casa y entregárselos a la Santísima Virgen en mi rincón de oración, el santuario del hogar. ¿A quiénes enviarás Tú para que se crucen hoy en mi camino?
Sin lugar a dudas, en mi profesión docente ha habido en mi escuela compañeros, hombres y mujeres, pedagógicamente talentosos. Pero una y otra vez he tenido la experiencia de que los niños y sus padres valoran especialmente “algo” en mi trabajo. No sabría darle nombre, pero estoy segura de que tiene que ver con mi vocación de señora de Schoenstatt. Tal vez el “secreto” estribe en que nuestra vida quisiera ser un puente entre Dios y los hombres.
Por mi vocación a la comunidad de las señoras de Schoenstatt puedo vivir mi profundo anhelo de vivir mi vida totalmente con Dios y en Dios en la concreción de mi existencia. Precisamente este lugar es aquella parte del mundo que se me ha confiado como tarea y como lugar de mi misión.
Ser una señora de Schoenstatt significa para mí:
vivir en medio del mundo, de una gran ciudad
en comunicación con los hombres de mi entorno
en la comunidad eclesial, con su proceso de transformación
en el vecindario
estar cerca de las personas en las situaciones cotidianas de la vida. Esto significa ser fiable, mediar entre las personas, brindar cobijamiento, ser responsable, estar presente allí donde falta algo. A través del apoyo y del cobijamiento de la comunidad hacer a Dios experimentable, perceptible, visible.
Prestar oídos al dolor de muchas personas, recibirlo, cargar yo también con él, y hacerlo no solamente en la pastoral de emergencias.
Oh, usted ha dicho «sí», me decía con alegría una mujer con demencia incipiente al ver el anillo de mi consagración perpetua. Decirle «sí» al Único a quien pertenece mi corazón, decirles «sí» a las muchas personas con las que estoy vinculada, decirme «sí» a mí misma, con todo lo que forma parte de mí, decir «sí»… y, con mi pequeño «sí» cotidiano, sumergirme en el gran «Sí» de la Mujer al pie de la cruz.
¡A veces el mundo es un gran caos! A menudo es tan inabarcable, hay tanta agitación, tantas cosas por las que tengo que preocuparme, tantos problemas por todas partes… Cierro los ojos, respiro hondo y me acuerdo de que «te pertenezco a Ti, mi corazón puede reposar en tu silencio»…
Mientras iba yo de camino a casa, un hombre me pidió dinero para pagar el albergue para los sintecho. De pronto, reconocí en él a un antiguo paciente de la estación de la Unidad de Desintoxicación y lo llamé por su nombre. Me miró asombrado y comenzó a contarme de sí mismo. Parecía haber olvidado el dinero.
Desde que me jubilé, los lugares en los que vivo mi vocación han ido cambiando. Dios me tiene reservadas muchas sorpresas acerca de los lugares en los que quiere utilizarme. Es precioso poder experimentar que no tengo que ir sola por los nuevos caminos: Dios y la Santísima Virgen me acompañan con amor.
Hacer de mi profesión un apostolado fue siempre mi meta soñada ya desde mi tiempo de estudiante. La realidad práctica me mostró rápidamente que no puedo conseguir algo así por mi cuenta: necesito una comunidad de personas con ideales afines, y en María he encontrado una aliada que coopera como educadora desde el santuario. El P. Kentenich, fundador de Schoenstatt, insistía a menudo: “su vocación principal es el amor”; y eso vale como apostolado también ahora, como jubilada, para con todas las personas que Dios me pone en el camino.»