Tú, Cristo, estás ahí,
te me regalas por entero,
vives en mí,
quieres obrar a través de mí,
ir en mí hacia los hombres.
A través de mí quieres estar presente en el mundo,
acercarte a los hombres,
tocarlos,
obrar en ellos.
Como a María,
se me concede llevarte al mundo y a los hombres.
Unida a ti
me pongo en camino desde aquí
hacia donde me necesites
para hacerte presente.
Tú dices: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre».
Eso mismo han de poder experimentar los hombres también hoy a través de nosotras:
quien me ve a mí debe poder ver al Padre;
quien se encuentre conmigo debe poder encontrarse con Cristo;
quien me vea actuar debe ver actuar al Espíritu de Dios a través de mí.
Tú, Dios de nuestra vida,
cuya misión solo vivimos
si estás, obras y actúas en nosotras,
haz que seamos cada vez más imagen tuya,
vaso tuyo,
unidas a ti.
Camina con nosotras y actúa en nosotras y a través de nosotras.
Al pie de la cruz
Tú dijiste SÍ, María,
en aquel entonces, en el momento de la anunciación,
sin sospechar lo que se avecinaba.
Y mantuviste tu SÍ
a lo largo de toda tu vida.
Ese SÍ
cambió tu vida,
te llevó al pie de la cruz.
Tú no LO dejaste solo
en esa hora difícil;
te mantuviste de SU parte,
permaneciste junto a ÉL
donde todos los demás lo abandonaron.
Tú estuviste de pie junto a la cruz,
nos relata el Evangelio de Juan.
Me detengo en la expresión «estar de pie»:
¡tú estuviste de pie!
¿Cómo se puede estar de pie en esa hora inconcebible?
Noto que hay más cosas en ese «estar de pie»:
tú no te dejas doblegar.
Tú, mujer de fuerza increíble,
tú mantienes tu SÍ de entonces,
estás de pie junto a ÉL,
te mantienes de SU parte
aun cuando nadie más lo hace.
¡Qué fe tan profunda
tienes que tener en ese Dios!
¡Qué confianza
en que las tinieblas y el dolor no son lo último,
incluso cuando no lo comprendes!
¡Y qué amor tan profundo tienes que tener a ese Jesús, tu Hijo!
¡Adéntrame
en esa fe inconmovible,
en tu confianza firme cual roca
y en tu profundo amor a ÉL!
Haz que esté de pie contigo
al pie de mi cruz de cada día,
en toda oscuridad,
cada vez que no entienda por qué sucede alguna cosa.
«Ahí tienes a tu madre», dijo Jesús:
no se lo dice solo a Juan,
sino también a mí.
«Ahí tienes a tu madre».
Porque sabe cuánto nos cuesta
a los hombres sobrellevar esas situaciones,
nos ha confiado al cuidado de alguien:
de una mujer fuerte,
su propia madre;
alguien que sabe
qué difícil es a veces estar de pie.
¡Dame tu apoyo, Madre!
A través de mí quieres estar presente en el mundo,
acercarte a los hombres,
tocarlos,
obrar en ellos.
Como a María,
se me concede llevarte al mundo y a los hombres.
Unida a ti
me pongo en camino desde aquí
hacia donde me necesites
para hacerte presente.
Tú dices: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre».
Eso mismo han de poder experimentar los hombres también hoy a través de nosotras:
quien me ve a mí debe poder ver al Padre;
quien se encuentre conmigo debe poder encontrarse con Cristo;
quien me vea actuar debe ver actuar al Espíritu de Dios a través de mí.
Tú, Dios de nuestra vida,
cuya misión solo vivimos
si estás, obras y actúas en nosotras,
haz que seamos cada vez más imagen tuya,
vaso tuyo,
unidas a ti.
Camina con nosotras y actúa en nosotras y a través de nosotras.
Al pie de la cruz
Tú dijiste SÍ, María,
en aquel entonces, en el momento de la anunciación,
sin sospechar lo que se avecinaba.
Y mantuviste tu SÍ
a lo largo de toda tu vida.
Ese SÍ
cambió tu vida,
te llevó al pie de la cruz.
Tú no LO dejaste solo
en esa hora difícil;
te mantuviste de SU parte,
permaneciste junto a ÉL
donde todos los demás lo abandonaron.
Tú estuviste de pie junto a la cruz,
nos relata el Evangelio de Juan.
Me detengo en la expresión «estar de pie»:
¡tú estuviste de pie!
¿Cómo se puede estar de pie en esa hora inconcebible?
Noto que hay más cosas en ese «estar de pie»:
tú no te dejas doblegar.
Tú, mujer de fuerza increíble,
tú mantienes tu SÍ de entonces,
estás de pie junto a ÉL,
te mantienes de SU parte
aun cuando nadie más lo hace.
¡Qué fe tan profunda
tienes que tener en ese Dios!
¡Qué confianza
en que las tinieblas y el dolor no son lo último,
incluso cuando no lo comprendes!
¡Y qué amor tan profundo tienes que tener a ese Jesús, tu Hijo!
¡Adéntrame
en esa fe inconmovible,
en tu confianza firme cual roca
y en tu profundo amor a ÉL!
Haz que esté de pie contigo
al pie de mi cruz de cada día,
en toda oscuridad,
cada vez que no entienda por qué sucede alguna cosa.
«Ahí tienes a tu madre», dijo Jesús:
no se lo dice solo a Juan,
sino también a mí.
«Ahí tienes a tu madre».
Porque sabe cuánto nos cuesta
a los hombres sobrellevar esas situaciones,
nos ha confiado al cuidado de alguien:
de una mujer fuerte,
su propia madre;
alguien que sabe
qué difícil es a veces estar de pie.
¡Dame tu apoyo, Madre!